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miércoles, 8 de febrero de 2012

LA HERIDA

Unas voces muy lejanas y un dolor agudo la despertaron. Abrió los ojos lentamente, solo podía percibir unas siluetas borrosas que se alejaban. Sentía todo su cuerpo adormecido intento hablar pero las palabras no salían de su boca, se dio cuenta que solo contaba con sus pensamientos. Se limito entonces a tratar de recrear sus ideas, saber que había sucedido, por que estaba así. Con un esfuerzo enorme pudo llevarse la mano a la cabeza allí el dolor se agudizaba y sentía una extraña sensación. Fue aterrador sentir como su mano se impregnaba de sus cabellos envueltos en una sustancia pegajosa y gritó cuando la vista le ofreció ver sus dedos cubiertos de sangre, de repente alguien le sujetaba el otro brazo que permanecía inmóvil sintió el fuego de una sustancia que le corría venas adentro y una voz calida que la invitaba a dormir, tal vez por eso decidió aferrarse a los recuerdos como quien se aferra a un salvavidas en plena mar. Y la infancia se le presento avizorando vivencias de momentos felices. Pensó en su abuela, cuando llegaba por las mañanas sosteniendo con sus manos gastadas la bandeja de plata donde le acercaba el café con leche humeante y las tostadas con dulce de durazno que ella misma le preparaba. Al menos si había sido feliz! Claro que había sido feliz! Pero ese dolor penetrante que le recorría el cuerpo entero a duras penas ahora la dejaba respirar y nuevamente los porqués la visitaron vistiendo de gala a la agonía.

Pero tenía que ser fuerte y luchar. No podía dejarse doblegar así nomás después de todo siempre se la había catalogado de tener un carácter avasallador y como un ejemplo de dinamismo. Clavó el codo derecho entonces en la cama y consiguió erguirse levemente y hubiera seguido con su paciente empresa de no ser por esa asquerosa puntada que parecía traspasarle el corazón. En ese instante hubiera preferido no tener amigos ni parientes ni nada para poder dejarse llevar como acunada en un sueño y no volver jamás.

Tenes que ser fuerte y esperar, escuchó. Que ironía pensó, como si ella acaso pudiera decidir algo, cuando tan solo lo único que podía hacer era admitir que las cartas estaban echadas. Se sobresaltó cuando extrañas figuras le vinieron a los ojos a la manera de sombras chinescas y volvió a gritar locamente y detectó la serena presencia de un médico que acudió asistirla mientras repasaba su lastimada geografía. Quiso preguntarle tantas cosas pero solo logró forzar un movimiento torpe que derivó en otro latigazo de dolor. Se aferró a las sabanas e imploró misericordia mientras sentía que la vida se le iba por los poros. Por fin llegó el efecto del suplicado calmante que le proporcionó nuevos instantes de sosiego. Recién allí pudo dibujar una sonrisa perpetua en el espacio por que aunque parecía morir sabía que no lo había echo aunque tal vez de algún modo sentía que algo de ella se perdía esa noche para siempre.