viernes, 14 de octubre de 2011

Hablar de Amor

Miramos películas que hablan de amor, escuchamos canciones que hablan de amor, vivimos gran parte de nuestra vida  siendo consumidores de mercado de todo lo que tenga que ver con el amor y las formas más triviales para demostrarlo: tarjetas, peluches, flores, bombones etc. Decimos a diario como si vendiéramos un diario “te amo” “te amo”. Lloramos y decimos que es por amor, nos alegramos por amor, mentimos por amor, somos capaces de hacer y decir  hasta cosas terribles, justificándolas en nombre del amor, vivimos y hasta algunos dicen morir por amor. Pero que sabemos o creemos que es el amor.  Para muchos el problema del amor se reduce al ser amado, no en amar y en la propia capacidad de amar. Ser amado hoy en día y en esta sociedad está determinado como una forma de éxito y popularidad, por lo cual no es importante el cómo voy hacerlo sino encontrar a quien amar y de ese modo dos personas se enamoran cuando encontraron a la mejor opción que tuvieron disponible, porque todos vivimos esperando a que nos llegue el amor, pero nadie o casi nadie siente que debemos pensar y aprender a amar, puesto que nacemos con amor y lo consideramos como un don, un regalo de la vida; pero ese amor con el que venimos al mundo, es el amor natural, incondicional de una madre por su hijo, es pasivo y no tengo que hacer nada para merecerlo, me aman porque soy  y solo tengo que ser hijo para experimentarlo. En la medida que vamos creciendo y madurando en nuestra infancia, la idea de ser amado  se transforma en ir aprendiendo a amar y comenzamos a dar   respondiendo con gratitud a ese amor que nos brindan. Luego en la adolescencia es donde tomamos conciencia de las necesidades de la otra persona y se siente la potencia de producir amor sin importar si lo recibiremos de igual modo del otro, de allí que el primer amor sea tan importante para nuestras vidas, es aquel que nunca se olvida. El primer amor constituye esa experiencia única, pura, natural que surgió en nosotros sin que lo hayamos planeado ni imaginado, no esperamos que el otro nos devuelva algo, solo amamos y entregamos ese amor idílico como un bello regalo, pero para alcanzar la madurez en el amor todavía no alcanza, necesitamos descubrir la diferencia entre “enamorarse” y “amar” No basta con conocer a alguien, sentirse atraído sexualmente y consumarnos en ese acto, ya que tal tipo de amor es poco duradero y termina cuando comienzan aflorar los antagonismos y el aburrimiento que precede a esa excitación inicial que nos hacía sentir que estábamos locos  por el otro y que no nos importaba nada más. Esa intensidad amorosa solo nos indica nuestro grado de soledad interior y a pesar de todas las expectativas y deseos con que comencemos una relación si no la dotamos con otros componentes, si no logramos hacer el traspaso de ese enamoramiento inicial y buscamos nutrir esos sentimientos que nos unen al otro, nuestro propósito de amar y ser amado caerá en desgracia y solo conseguiremos vivenciar la experiencia del fracaso. Es allí donde entonces  tomamos conciencia que el amor no es algo fácil de obtener y de dar como creíamos y es a partir de allí también en que nos diferenciamos y obtenemos nuestra propia identidad de amar, es donde comenzamos a bucear en la oscuridad de nuestra alma en búsqueda de respuestas que nos determinen y ayuden a resolver  el fracaso y la angustia nacida por el sentimiento de aislamiento y culpa que nos produce el fracaso de un amor. Surge entonces el problema de cómo abordar, remediar la angustia y decepción que nos produce ese amor frustrado. Diversas son las respuestas que podemos dar  inconsciente o conscientemente, pero cualquiera que fueran ellas, estarán  muy lejos de poder brindarnos la solución a nuestro problema, si no comenzamos por  aceptar nuestros errores y hacerle frente a los temores que nos impiden indagar en nuestro interior,  tomando distancia para ver desde lejos lo que cada aspecto de aquella vivencia tiene para decirnos, despojarnos del enojo hacia nosotros mismos y hacia el otro mirando con objetividad cuanto de nosotros pusimos para que ocurriese así.  Aceptando que lo que ocurrió no lo puedo modificar pero al menos puedo determinar el por qué y eso nos llevará a cambiar dentro nuestro y ese cambio interior se expresara en todas las esferas de nuestra vida. No es una medida fácil someterse a la tremenda prueba de ver desde adentro nuestras fallas, principalmente porque es muy difícil ser sinceros con nosotros mismos, sobre todo cuando nos han herido y por qué además somos parte de una sociedad apurada y nos condicionamos pensando que no tenemos tiempo para mirarnos por dentro, por otra parte también somos hijos casi absolutos de la imagen nos encanta ocuparnos de nuestro afuera, mientras que todo lo que nos pasa por dentro lo escondemos bajo la alfombra para que los otros no la vean y de esa manera transcurrimos nuestras vidas repitiendo una y otra vez  los mismos errores y por más que intentemos escabullirnos de mil formas diferentes, tarde o temprano la trampa que montamos, nos volverá a hundir en la desilusión.
Lo peor de todo esto es que no solo nosotros padecemos  estos fracasos  sino que arrastramos inevitablemente a todos quienes son parte de nuestra existencia: padres, hermanos, hijos, amigos. Ellos son testigos directos de nuestro sufrimiento interior, padecen de una u otra forma lo que nos pasa y en el caso de los hijos es más grave aún, ya que no solo sufren nuestras decepciones, si no que aprenden nuestra equivocada organización de hacer frente al dolor. Este último, quizás sea el mejor motivo para comenzar a “perder el tiempo” en mirar en nuestro interior, aunque no debería ser por nuestros hijos, si no por nuestra propia necesidad de ser felices verdaderamente, plenamente, intensamente. Sucede que a veces estamos tan lastimados interiormente que no podemos darnos cuenta, ignoramos que hay otra forma o posiblemente esta sea la única  forma que nos enseñaron y nosotros nos encargamos inconscientemente de transmitirla, por lo que, si no ambicionamos ver a nuestros retoños convertidos un día en árboles caídos, debemos aprender para luego poder enseñarles cómo y de qué manera  se pueden y deben asumir las perdidas, errores y resbalones que constituyen una parte esencial de la vida.

“no podemos evitar derribarnos nunca. Tropezar alguna vez, es parte del transitar. Lo que si podemos y debemos es aprender a caer de la mejor forma posible y que levantarnos sea lo menos doloroso  posible”

Jorge Bucay, plantea que el divorcio no es solo la experiencia de la ausencia, sino la experiencia de la presencia de la ausencia y nos enseña que elaborar una pérdida requiere de coraje y paciencia, que no se trata de hacer desaparecer la cicatriz, sino encontrarme con ella casualmente al bañarme, acariciarla y darme cuenta que ya no duele al tocarla.




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